Ese año, la fiesta “grande” de Nuestro Señor de los Milagros de Mailín, será entre el 5 y el 8 de mayo. Se trata de una de las celebraciones religiosas más importantes del norte. Los fieles inundan el pequeño pueblo con esperanzas, emociones y festejos. Para los santiagueños que migraron a otras provincias representa una cita ineludible para reencontrarse con su tierra.
Quizás se parezca al paisaje de otras fiestas, pero todo transcurre diferente, como si no tuviera tiempo ni espacio. Como si los relojes de miles de almas presentes se detuviesen para disfrutar del rito. El santuario ha sido declarado Monumento Histórico Nacional.
Ubicada a 148 kilómetros de la capital de Santiago del Estero, Villa Mailín es una pequeña población, que cada año tiene dos acontecimientos destacados: La Fiesta Grande, que se celebra el día de la Ascensión del Señor, el domingo anterior a Pentecostés: la fiesta “grande” del Señor de los Milagros de Mailín, y la fiesta “chica”, que se realiza el domingo más cercano al 14 de septiembre (en la liturgia, Exaltación de la Santísima Cruz). A medida que se acerca la primera celebración, el tranquilo y apacible marco de la ciudad se modifica. Confluyen con sus ganas, su agradecimiento y su inclaudicable fe, miles de peregrinos de todos los rincones de la Argentina, además de santiagueños, la mayoría son del Chaco, Santa Fe, Entre Ríos y Córdoba.
Muchos unirán a pie el extenso trecho que separa a la capital provincial del epicentro religioso.
Es la fiesta de los humildes y los luchadores. La celebración de los hacheros, los carboneros, los labradores, los madereros, los cargadores, los colonos, los proveedores y los trabajadores del bosque. Ómnibus, autos, carpas y fogatas, son algunos de los elementos que se irán multiplicando por centenares o miles, a lo largo de los días de la celebración.
Las pequeñas avenidas y calles se van llenando de calor y color con el arribo de los visitantes, que lentamente acudirán a los 1.400 puestos que se despliegan por la feria en los alrededores de la plaza. Éste, precisamente, no es un lugar más dentro de la celebración. En la plaza se encuentra, desde mediados de la década del 80, el camarín, también conocido como “Cristódromo”. Es una construcción de ladrillos de forma semicircular, con dos rampas de treinta metros de largo. Por una de ellas se accede a la parte superior, donde en un pequeño descanso, a casi diez metros de altura, dentro de una caja de cristal con guarniciones de oro, se deposita la añeja y admirada cruz, pero sólo por los cuatro días que dura la fiesta, ya que su hábitat natural es dentro de la iglesia. El descanso está cubierto por una cúpula de material plástico, que permite el paso de la luz del cielo, mientras que la planta del camarín, un semicírculo de mampostería, lanza sus brazos como el San Pedro de Roma ideado por Miguel Ángel.
Aunque es una de las celebraciones más convocantes, podría ser considerada una más de tantas que hay en el país, pero sólo para aquellos que no conocen la rica historia que hay detrás de la Fiesta del Señor de los Milagros de Mailín o que nunca vivieron la fantástica sensación de ser parte de ella. Una ocasión de reencuentro para los santiagueños que migraron a otras provincias y una verdadera festividad del sentimiento para propios y ajenos, ya que es imposible sentirse un extraño entre tanta fe, agradecimiento y devoción.