Aparecen en las esquinas con semáforos, si les dan una moneda, bien y si no les dan, también. Agitan sus banderas, hacen sus malabares maravillosos y unos segundos antes de que se ponga la luz verde, estiran la mano pidiendo algo de recompensa para su arte.
Hay de toda clase, locales y de otras partes, graves y formales o divertidos y riéndose. Lo cierto es que todos toman su arte en serio, a todos les va la vida en hacer una rutina que durará quizás menos de un minuto, pero que debe salir bien y prolija.
¿Se entrenan para trabajar en un circo o simplemente pasan por las ciudades de la Argentina y América conociendo otros universos, cual modernos trotamundos? Quién lo sabe.
Lo cierto es que la mayoría ha hecho un culto del no molestar a los demás, vivir su propia vida, andar a su aire y tratar de ir encontrando lo que el camino les pone adelante. Hoy en Santiago, mañana en Tucumán, Buenos Aires o San Pablo, qué más da.
El saco y la corbata no se han hecho para ellos sino el aire libre, los espacios abiertos, la verde vegetación, el hambre de distancias.
Quién como ellos.