Hace unos años, Guillermo Adolfo Abregú publicó una recapitulación del proceso de la fundación de Santiago del Estero en un meduloso estudio, cuya síntesis se trascribe a continuación.
El nacimiento de Santiago del Estero en 1553, es un hecho que continúa prestándose a la discusión en la actualidad por las singulares características que lo rodearon. “Fundación” o “traslado” de la ciudad es el tema que ha dividido la opinión de historiadores y estudiosos.
En 1952, la Academia Nacional de la Historia, dictaminó que el capitán Francisco de Aguirre fundó la ciudad de Santiago del Estero el 25 de julio de 1553. Fallo basado en citas documentadas, pero carente de un acta fundacional o documento de aquel entonces que diera fe del hecho trascendente, como lo fue, por el contrario, el hallazgo en el Archivo Nacional de Sucre (Bolivia) de parte del acta de fundación de la Ciudad del Barco en su primer asentamiento, efectuado el 29 de junio de 1550 por Juan Núñez de Prado.
Existen referencias posteriores de los cabildantes de Santiago del Estero acerca del establecimiento de ésta ciudad realizado por Francisco de Aguirre. Pero datan de años más tarde y, en todo caso, con citas que dieron lugar a sostener tanto el 25 de julio como el 23 de diciembre de 1553 como fecha fundacional.
No obstante, las aseveraciones de mayor peso para determinar la fecha del último traslado de la Ciudad del Barco y nacimiento de Santiago del Estero, tuvieron por sustento las actas capitulares de 1590 que daban cuenta que el 25 de julio de 1553, Francisco de Aguirre “mudó esta Ciudad (del Barco) e le puso por nombre Santiago”. Otras actas capitulares de 1700 y 1774 aludían a esa fecha como la de la “fundación” de la ciudad.
Lo cierto es que Santiago del Estero, a partir de entonces quedó asentada definitivamente y sin revocatorias posteriores que pudieran torcer lo actuado por Francisco de Aguirre. Aún teniendo en cuenta que en 1555 la Audiencia de Lima mandaba reponer como gobernador a Núñez de Prado, de quien -misteriosamente- nunca más se supo nada, pues también cabe señalar que en 1563, Francisco de Aguirre fue nombrado gobernador por el virrey del Perú, Diego López de Zúñiga y Velasco. Por otra parte, el 19 de febrero de 1577, el Rey Felipe II, le concedió a Santiago del Estero un Escudo de Armas y el título de “Muy Noble”, lo cual bien podría sostenerse como una confirmación institucional de la nueva ciudad que sucedía a la del Barco 3º. No obstante, se sostienen argumentos en contrario que apuntan a restituirle los méritos fundacionales a Juan Núñez de Prado.
Hablar de lo que significó la conquista y colonización del Nuevo Mundo, es entrar en uno de los procesos más trascendentes, apasionantes y cargado de implicancias de la historia de la civilización.
El descubrimiento de nuestro continente por España, más allá de todo lo que significó en lo que hoy se da en llamar “el encuentro de dos mundos”, por lo que Europa le dio a América y lo que América le dio a Europa, también trajo aparejado -sin entrar a considerar el sentido esencial de la conquista- el enfrentamiento de hombres que pugnaban por ensanchar sus dominios.
La conquista del Perú marcó uno de los capítulos más dramáticos en este aspecto. Conocidas son las sangrientas luchas civiles que sostuvieron Pizarristas y Almagristas por la posesión de dominios y concepciones opuestas en la empresa que sostenían.
Según la historiografía publicada, en 1527, Sebastián Gaboto, que había fundado en el litoral el fuerte de Sancti Spíritu, envió una reducida expedición a la región llamada Tucumanahao (en alusión a un cacique indígena de nombre Tucma), regresando al poco tiempo sin novedades acerca de lo que buscaban encontrar: una tierra de riquezas con fabulosos tesoros de la que se hablaba y había despertado la ilusión de los conquistadores españoles desde su llegada al Nuevo Mundo.
Inmensa región la del Tucumán, Juríes y Diaguitas. Se la concebía entonces, aunque aún imprecisamente, desde el extremo sur del Perú y de la actual Bolivia hasta lo que es el norte de Córdoba, y desde Chile hasta el Río de la Plata. Es decir, abarcaba un extenso territorio en el que hoy se encuentran las provincias de Jujuy, Salta, Tucumán, Santiago del Estero, Catamarca, La Rioja y norte de Córdoba.
En 1535, esta vez desde el Cuzco (Perú), otros hombres encabezados por Diego de Almagro, también penetraron en esa vasta región para explorarla en una imprecisa como infructuosa búsqueda del País de los Césares, El Dorado, Linlín, Trapalanda, Yungulo o las Sierras de la Plata, según las diferentes denominaciones que se le daban a esa tierra prometida.
Esta fue la más imponente expedición de la entrada (400 soldados españoles y 20.000 indios auxiliares, nos dice el historiador santiagueño José Néstor Achával) que recorrió el camino del Inca, ingresando en 1536 a la región del Tucumán por el extremo norte de la actual provincia de Jujuy (se dan como posibles la Quebrada de Humahuaca, San Antonio de los Cobres y la Quebrada del Toro), cruzó la cordillera
hasta Chile y regresó al Perú por el camino de la costa del Pacífico y el desierto de Atacama, sin encontrar lo que esperaban.
1543 sería el año en que una expedición española entrara por primera vez a tierras santiagueñas.
Al margen de las distintas interpretaciones que le dieron los historiadores a la entrada del capitán Diego de Rojas a la región del Tucumán, más precisamente a lo que hoy constituye el territorio de Santiago del Estero, en el sentido de si buscaba con intención avanzar por esa línea geográfica hasta encontrar el Río de la Plata y descubrir la Patagonia, o si se debió a una causalidad de desviar el rumbo en un lugar llamado Chicoana en el Valle Calchaquí, desistiendo de seguir a Chile por entender que la ruta del Tucumán era muy poblada y rica en alimentos, lo cierto es que en diciembre de 1543, bajando del Aconquija, pasó por las actuales localidades tucumanas de Tafí, Concepción y Graneros, llegó hasta el sur de Catamarca y entró a nuestra actual provincia por las sierras de Guasayán.
Las versiones en cuanto al punto de entrada a nuestra provincia de Diego de Rojas, tanto como el lugar donde se enfrentó con los juríes y fue alcanzado por una flecha envenenada, como así el sitio de su muerte pocos días más tarde, varían entre Maquijata -algún otro lugar cercano comprendido entre los departamentos Guasayán y Choya- y Salavina. No obstante la carencia de datos exactos en este sentido, su trayecto final, desde la infausta escaramuza hasta su muerte, comprende las localidades citadas.
Como paradoja del trágico fin que encontró para su vida Diego de Rojas, cabe señalar que uno de los propósitos que animaron a este capitán de la primera entrada a nuestro territorio santiagueño -que se había caracterizado siempre por su buen trato con los indios- era llevar el signo de la evangelización y el acercamiento con los nativos.
Francisco de Mendoza y Nicolás de Heredia sucedieron en las marchas por la región del Tucumán a Diego de Rojas en el regreso de la expedición al Perú, donde aún se registraban enconadas hostilidades por el dominio del Cuzco, tras el trágico fin de los principales protagonistas de la conquista.
Entre 1540 y 1546, año éste último de retorno de los expedicionarios de Diego de Rojas, un cúmulo de acontecimientos de relevante magnitud hacían del Perú el escenario más candente de la conquista. Francisco Pizarro se enfrentaba a las huestes de Diego de Almagro, a quien hiciera ajusticiar, pero siendo luego derrotado y muerto por los partidarios de Diego de Almagro hijo, en 1541. Poco
después, éste era ajusticiado por orden de Cristóbal Vaca de Castro, elegido por Carlos V para gobernar el Perú tras la muerte de Pizarro.
También por entonces, en ese intrincado y cruento escenario de la conquista, los hermanos de Francisco Pizarro, Gonzalo y Hernando, se rebelaban contra Carlos V y tomaban en sus manos la decisión de condenar a muerte al virrey Blasco Núñez de Vela -designado en 1544- en desacuerdo con las medidas que había implementado, entre ellas, de quitar beneficios de encomiendas. Sin embargo, el cometido del Rey para restablecer la paz en el Perú, comenzaría a tener efecto con el nombramiento del sacerdote y licenciado Pedro La Gasca como Presidente de la Audiencia de Lima.
Cabe acotar que no debe tomarse a las guerras civiles que tuvieron lugar en el Perú como un indicativo excluyente de los fines que animaban a aquellos hombres que descubrían un nuevo mundo. La colonización por parte de España -a diferencia de otras naciones que lo hacían entonces y lo hicieron con posterioridad en diferentes partes del mundo subyugando y esclavizando-, tuvo un sentido misional y cultural que la caracterizó y colocó por encima de otras, permitiendo -por ejemplo- el casamiento entre españoles y aborígenes, la igualdad jurídica y social del indio con el blanco, el dictado de numerosas ordenanzas en ese sentido, un evangelio cristiano para practicarlo en común, la creación de iglesias, escuelas y universidades, además de la enseñanza de diversas artes y conocimientos dirigidos al enriquecimiento espiritual y humanístico y, desde luego, el esfuerzo para la organización territorial y el crecimiento productivo.
Pizarro y Almagro en el Perú, y Pedro de Valdivia en Chile, llegaron a ejercer en su momento los mayores dominios españoles en la región andina de nuestra América del Sur. De lo que fue la Audiencia de Lima y el Virreinato del Perú, y de la Gobernación de Chile, partieron las corrientes expedicionarias que llegaron a nuestro actual territorio provincial y, por ende, nacional, para fundar y establecer las primeras ciudades.
Con fecha 19 de junio de 1549, ya pacificado el Perú, Pedro La Gasca extendió una provisión real a Juan Núñez de Prado para que llevara adelante una nueva expedición a la región del Tucumán, tras el trágico fin de Diego de Rojas.
Núñez de Prado -de 34 años de edad- siguió el mismo camino que sus antecesores. También llegó a Chicoana, donde Diego de Rojas decidiera tomar la dirección que lo llevó a Maquijata. Allí, el nuevo enviado enfrentó y venció un ataque de indios que dieron muerte a un sacerdote que integraba la expedición.
La marcha de Prado, tenía un cometido decididamente más determinado que las anteriores que se habían limitado a la exploración. Esta vez, el objetivo era establecer una capital para la región del Tucumán.
El 29 de junio de 1550, el lugar elegido fue el valle de Gualán (cerca de la actual ciudad de Monteros en la provincia de Tucumán). Allí, con los procedimientos de rigor (actas, testigos, designación de cabildantes y asentamiento poblacional), Núñez de Prado fundó la Ciudad del Barco, llamándola así en homenaje a Pedro la Gasca que había nacido en la Ciudad del Barco de Ávila, en España.
Pero las reyertas entre los conquistadores no habían terminado del todo. Luego de un enfrentamiento con las huestes de Francisco de Villagra que se dirigía a Chile para apoyar a Pedro de Valdivia, Núñez de Prado, luego de su derrota y forzado sometimiento al dominio territorial de éste, se vio obligado a trasladar la Ciudad del Barco más hacia el norte, para no caer en la supuesta jurisdicción chilena que pretendían sus contrincantes.
En mayo de 1551, se produce el segundo establecimiento de la Ciudad del Barco, dentro de la actual jurisdicción de la provincia de Salta, cerca de la frontera con Tucumán.
Esta vez, Núñez de Prado le extendió el nombre a Ciudad del Barco del Nuevo Maestrazgo de Santiago (por Santiago Apóstol, Patrono de España y de este segundo asentamiento de la capital del Tucumán).
No pasaría mucho tiempo hasta que se decidiera un nuevo traslado de la Ciudad del Barco, debido a los constantes ataques de los indios calchaquíes y a la falta de condiciones apropiadas para el suministro de alimentos.
Tras una marcha de aproximadamente 300 kilómetros hacia el sur, los hombres que ya habían erigido dos asentamientos como capital del Tucumán, llegaban con los bagajes de la ciudad itinerante a un punto que consideraban apropiado para estar fuera de las demarcaciones geográficas que se adjudicaba Valdivia desde Chile, quien desoía las recomendaciones de la Audiencia de Lima de no avasallar territorios del Tucumán. Este sitio estaba sobre la margen derecha del río Dulce (entonces llamado río del Estero), a poca distancia al sur de nuestra actual capital provincial.
Con idénticos representantes de la autoridad real, con las mismas normas para respetar y hacer regir, y con iguales finalidades a las pretendidas en los dos primeros asentamientos, en el invierno de 1552 (se cree que entre junio y julio) se establecía en nuestro actual territorio provincial, la 3ª Ciudad del Barco (lo de 1ª, 2ª y 3ª es por los asentamientos que tuvo y no porque así se la denominara).
Precisamente porque siempre se habló de tres asentamientos de la Ciudad del Barco, cabe citar como dato ilustrativo el estudio publicado en 1918 por Juan Christensen: “La Fundación de Santiago del Estero”, donde habla de cuatro asentamientos anteriores al establecimiento de Santiago del Estero. En efecto,
dando una primera fundación de tiempo muy breve en cercanías del pueblo viejo de San Miguel (Tucumán), luego en el valle de Gualán (la que comunmente se rescata como primera, entre Concepción, Monteros y Santa Ana, también en Tucumán), el tercer asentamiento en la actual provincia de Salta, en el valle Calchaquí a la altura de San Carlos, y el cuarto establecimiento a media legua (sudeste) de la actual ciudad de Santiago del Estero.
Mientras tanto, desde Chile, el gobernador Pedro de Valdivia -conocido por los pleitos territoriales que planteaba- instruía al capitán Francisco de Aguirre para que avanzara allende los Andes e incorporara poblaciones y territorios que estuvieran dentro de lo que consideraba jurisdicción de esa gobernación, a pesar que desde la Audiencia de Lima se había ordenado no interferir ni modificar los asentamientos del Tucumán.
Por otra parte, la demarcación territorial de la gobernación de Chile se extendía de norte a sur desde Copiapó (se decía a la altura del paralelo 27º cuando en realidad es 27º,20’) hasta el paralelo 41º en Arauco, y desde la costa del Pacífico hasta no más de 100 leguas marinas al Este (64º,34’52” de longitud). Sin rodeos y para mayor claridad, Valdivia creía que la ciudad fundada por Núñez de Prado entraba en su jurisdicción y, en consecuencia, pretendía, arbitraria y equivocadamente, anexar la Ciudad del Barco (y luego Santiago) a la gobernación de Chile, la cual -como el Tucumán- también dependía de la Audiencia de Lima, en tanto que la Ciudad del Barco se encontraba más arriba de esa latitud y más al Este en longitud, en los 27º,11’,30” y 64º,27’48” respectivamente. Más claro: a lo alto y a lo ancho, fuera de la jurisdicción chilena. Los posteriores traslados, tampoco entraban en los límites asignados a Chile, Sin embargo, las pretensiones anexionistas persistirían.
Por cierto, este pleito quedaría superado diez años más tarde, cuando por Cédula Real del 29 de agosto de 1563, se determinaron los límites de las gobernaciones de Chile y del Tucumán. Pero los acontecimientos de entonces, llevaron a que Aguirre iniciara su marcha hacia el Tucumán.
En 1549, por disposición de Valdivia, Aguirre había refundado en Chile la ciudad de La Serena, tras haber sido diezmada por los araucanos (hoy en día una atractiva ciudad de características coloniales, llamada así en homenaje, precisamente, a Pedro de Valdivia que había nacido en Villanueva de La Serena, España). La marcha de este capitán español -nacido en 1500 en Talavera de la Reina- no tuvo impedimentos hasta su llegada a la Ciudad del Barco en febrero de 1553.
Los historiadores coinciden en señalar que Francisco de Aguirre ocupó con 60 hombres bien armados la Ciudad del Barco en ausencia de Núñez de Prado, que se
encontraba explorando la región de Famatina a más de cien leguas de distancia. Hasta allí mandó soldados el capitán Aguirre para hacerlo prisionero y enviarlo a Chile.
Instalado un nuevo Cabildo, Aguirre hizo reconocer los títulos que traía desde Chile. Pero al poco tiempo, desconoció derechos territoriales a Valdivia y reclamó al Rey de España que le otorgara la gobernación del Tucumán.
A todo esto, decidía el traslado de la 3ª Ciudad del Barco a escasa distancia hacia el norte (media legua), denominando a la ciudad que levantaba el 25 de julio de 1553 (¿ó 23 de diciembre?) con el nombre de Santiago del Estero, en virtud de Santiago Apóstol y también instituyéndolo como Patrono de la misma, como antes lo había hecho Núñez de Prado con la Ciudad del Barco del Nuevo Maestrazgo de Santiago.
El modo y la forma en que se sucedieron los acontecimientos hasta entonces, dejaron abiertos ante la historia, diversos aspectos para discutirlos. Uno de ellos el del traslado o fundación de Santiago del Estero. No obstante, resulta innegable el hecho del proceso irreversible de asentamiento definitivo y consolidación de la ciudad establecida por Aguirre.
Más allá de las consideraciones de los historiadores y del criterio de quienes se debaten entre la fundación o traslado de la ciudad, o contraponer la fecha del 29 de junio de 1550 en que Núñez de Prado fundó la Ciudad del Barco por primera vez, a la del 25 de julio de 1553 en que Aguirre dá nacimiento a Santiago del Estero, lo cierto es que Santiago del Estero cumple este año de 2003, 450 años de existencia, y de uno u otro modo es la “Madre de Ciudades” de nuestro país.
El 29 de junio de 1550, el capitán Juan Núñez de Prado -proveniente de Potosí y designado desde la Ciudad de los Reyes, Lima- funda en la región del Tucumán la Ciudad del Barco (a la altura de lo que hoy es la localidad tucumana de Monteros), llamándola así en homenaje al sacerdote y licenciado Pedro La Gasca, Presidente de la Audiencia de Lima, que había nacido en la ciudad del Barco de Ávila, en España. En 1551, la lleva más al norte, entre las actuales ciudades salteñas de San Carlos y Rosario de la Frontera. En 1552, la traslada nuevamente más de 270 kilómetros al sur y funda por tercera vez la Ciudad del Barco, entre 1,5 y 2 kilómetros de distancia (sudeste) de lo que hoy es la ciudad de Santiago del Estero.
En 1553, el capitán Francisco de Aguirre -proveniente de Chile- traslada la Ciudad del Barco y establece la ciudad de Santiago del Estero, llamándola así por Santiago Apóstol, Patrono de España, y por el río del Estero (nombre que se le daba entonces al río Dulce).
Nunca se ha puesto en duda la obra fundacional de Núñez de Prado con la Ciudad del Barco, ni mucho menos nadie ha pretendido dejar en el olvido lo que hizo, como tampoco es el caso desconocer y revertir el proceso histórico que sobrevino a partir del surgimiento de Santiago del Estero efectuado por Aguirre.
Si bien se han encontrado fragmentos del acta fundacional de la Ciudad del Barco, y entre otras consideraciones se argumenta el hecho de que el 13 de febrero de 1555, por decreto de la Real Audiencia de Lima, se manda restituir a Núñez de Prado como gobernador del Tucumán (a partir de lo cual surge el misterio de su nunca develada desaparición, luego de presentarse ante el Cabildo de Chile que anunció públicamente su designación), existen asimismo criterios que sostienen el nombramiento de Aguirre como gobernador en tres oportunidades, la primera partir de marzo de 1554, luego de ser teniente de gobernador de Valdivia, y luego en 1563 y 1569 (nombrado ya por los virreyes del Perú con aprobación real), que llevan a decir que, al momento de surgir Santiago del Estero, no hubo después nada que revocara el hecho, siendo el proceso temporal a través de los siglos -con todo lo que ello implicó y significa-, la afirmación de esta ciudad: “Madre de Ciudades”.
Después de 450 años de existencia, ¿sería el caso cambiar a Santiago del Estero por la Ciudad del Barco, cuando todo lo que ocurrió durante cuatro y medio siglos fue dentro de su seno e identidad?
Desde luego que Núñez de Prado fue el fundador de la primera ciudad que se asentó en nuestro territorio, como también es cierto que Aguirre la mudó y le cambió el nombre, dejando a la posteridad abierta una discusión que parece no haber terminado.
Pero de lo que se trata en este año tan particular de 2003, es de celebrar, concretamente, los 450 años de Santiago del Estero, como santiagueños. Sin que ello sea óbice para también conmemorar los 453 años de la primera Ciudad del Barco.
En este sentido, podríamos decir que nuestra ciudad capital, y por ende la provincia que surgió de su seno, no dejará de ser lo que es y lo que será por una cuestión de fechas y de nombres que, en definitiva, se confundieron en una época compartida de intrincados episodios que, a pesar de haberle dado origen, están superados en el tiempo, y de ninguna manera alterarán su identidad y destino.
Esta ciudad ya no es ni de Prado ni de Aguirre. Obviamente nació con ellos, porque es la consecuencia de lo consumado por ambos. Pero por sobre todo, es de los santiagueños y sus generaciones venideras, como lo fue de sus ancestros que cobraron y nos dieron identidad propia, contribuyendo a la formación, independencia y crecimiento de nuestro país.
Más allá de lo hecho en su tiempo por Núñez de Prado y Francisco de Aguirre; el primero por su génesis fundacional, y el segundo por dar nacimiento desde Santiago del Estero a nuevas poblaciones, costándole en ello hasta la vida de su hijo Valeriano en un enfrentamiento con los calchaquíes, Santiago del Estero es el resultado definitivo de lo que fue una ciudad itinerante que, al cambiar de nombre y de lugar, se convirtió en madre de ciudades.
La presente síntesis no tiene la intención de derrumbar criterios formados, cualesquiera sean, ni mucho menos apuntar a un juicio de valor particular en la visión de los hechos.
La cuestión medular de todo esto, y si cabe algún juicio y revisión de la misma exigiendo una mayor profundización en su tratamiento, no corresponde al caso y finalidad de este texto que está dirigido a mostrar en forma sintética lo que fue el proceso fundacional de la ciudad de Santiago del Estero.
Esta reseña, sólo pretende contribuir a dar una breve información, lo más clara posible, sobre los hechos fundacionales de la Ciudad del Barco y Santiago del Estero -lo que implica al mismo tiempo el origen de nuestra provincia y desde luego
de la Patria-, como un aporte a nuestra comunidad y a quienes visiten nuestra ciudad en sus 453 años.
Londres (Catamarca): 1558 (Juan Pérez de Zorita). Posteriores traslados en 1607 y 1633.
Tucumán: 1565 (Diego de Villarroel).
Córdoba: 1573 (Jerónimo Luis de Cabrera).
Salta: 1582 (Hernando de Lerma).
La Rioja: 1591 (Juan Ramírez de Velasco).
Jujuy: 1593 (Francisco de Argañaraz y Murguía).
Catamarca: 1683 (Fernando de Mendoza de Mate de Luna).
Otras poblaciones fueron fundadas al promediar el siglo XVI por expediciones que partieron desde Santiago del Estero, pero que a raíz de levantamientos aborígenes o por fenómenos naturales desaparecieron, resurgieron por breve lapso o perduraron en menor importancia que las capitales existentes hoy en día. Así fueron los casos de Córdoba de Calchaquí, establecida en 1559 donde había estado la 2ª Ciudad del Barco (territorio salteño) y Cañete, en 1560, en proximidades de la primera Ciudad del Barco (territorio tucumano).
En 1566, Diego de Heredia funda la ciudad de Esteco (territorio salteño) que llegó a ser una de las más ricas y florecientes ciudades del Tucumán.
En 1567, Diego de Pacheco cambia el nombre de Esteco por Nuestra Señora de Talavera (o Talavera del Esteco), trasladada en 1592 por Ramírez de Velasco a Nueva Madrid de las Juntas (desaparecida en 1692 por un terremoto e inundación del río Juramento).
En 1577, el gobernador Gonzalo de Abreu fundó otros dos asentamientos poblacionales que desaparecieron ese mismo año: San Clemente (en territorio tucumano) y San Clemente de la Nueva Sevilla (en territorio salteño).
A estas poblaciones siguieron otras como Nueva Madrid de las Juntas, entre Córdoba y La Plata, luego Sucre (Ramírez de Velasco), San Salvador de Velasco, en Jujuy (Francisco de Argañaraz y Murguía), desaparecidas también éstas, pero que fueron abriendo el camino expansivo de la epopeya fundacional de nuestro actual territorio argentino, a partir de Santiago del Estero y del establecimiento de las principales ciudades del noroeste y centro que surgieron a su impulso y que le ha valido el justo calificativo de “Madre de Ciudades”.